La sección Bitácora Literaria, ha completado un ciclo donde hemos comentados muchas publicaciones periódicas aparecidas en Cuba desde que en 1793 el Papel Periódico de la Havana hizo su aparición en la vida cultural económica y política de Cuba, aún cuando no fue el primero, pues lo antecedió en el tiempo una Gazeta [sic] Literaria de la octava década del siglo XVIII, de la cual llegaron ejemplares a nuestros días, y otra Gaceta anterior, más uno llamado El Pensador, ambos, se afirma, de 1764, de los que nunca han aparecido ejemplares. Ahora nos correspondería, aunque ni por asomo agotamos el siglo XIX, adentrarnos en el XX, siguiendo el mismo criterio que en la etapa anterior, o sea, comentando revistas y periódicos sin orden cronológico, pero acentuando siempre en aquellos de carácter cultural en su más amplio espectro: literario, histórico, de arte… En el siglo último citado brillaron revistas literarias hoy convertidas en canónicas: Orto, Cuba Contemporánea, Social, Revista de Avance, Orígenes, Ciclón, entre muchas más, sin olvidar que Bohemia y Carteles, para solo citar dos ejemplos, constituyen publicaciones paradigmáticas de contenido variado, pero donde la impronta cultural tuvo particular relieve. Asimismo, periódicos, algunos de ellos provenientes del siglo XIX, como el Diario de la Marina, de reconocida militancia en contra de los intereses cubanos o, para decirlo mejor, de los intereses de la mayoría del pueblo cubano, legaron importantes suplementos, en su caso el bien conocido y estudiado Suplemento Literario, que dirigido por José Antonio Fernández de Castro, trajo a Cuba las primeras improntas de las vanguardias europeas. Estos solos ejemplos bastan para dar fe de la importancia que las revistas y periódicos de matices culturales han tenido en nuestra trayectoria como país y han constituido, además, elemento de cohesión y de opinión en nuestra azarosa vida republicana.
Iniciamos con una revista que llevó en su título dos de los colores de la bandera cubana: azul y rojo.
Azul y Rojo, una revista de literatura
Alboreando casi el nacimiento de la República vio la luz Azul y Rojo, aparecida el 3 de agosto de 1902 como «Revista ilustrada. Ciencia, arte, literatura, información gráfica de todos los sucesos de actualidad». Su fundador fue Alfredo Montes y veía la luz cada domingo. Poco tiempo después ocurrió un cambio, para bien de la publicación, que llevó a dirigirla a quien sería con el tiempo un importante novelista, Miguel de Carrión, y con la jefatura de redacción a cargo de otro narrador relevante de esos primeros años, pertenecientes ambos a la llamada primera generación de escritores de la República: Jesús Castellanos. Iniciados los dos en el periodismo, el primero se había involucrado en las redacciones desde 1899, cuando comenzó a colaborar en una efímera publicación titulada Libertad, y posteriormente fundaría una importante revista: Cuba Pedagógica, y otra dedicada a los niños, La Edad de Oro. Más adelante Carrión brillaría como novelista con las emblemáticas Las honradas (1917) y Las impuras (1919), que en la actualidad aún acaparan lectores y son objeto de estudio en los niveles superiores de enseñanza. Por su parte, Castellanos había cofundado dos semanarios en 1894: La Joven Cuba y La Juventud Cubana y posteriormente, como Carrión, se vincularían a El Fígaro, Cuba y América y La Política Cómica, entre otros. A diferencia de Carrión, Castellanos había publicado un libro que bien valdría la pena reeditar: Cabezas de estudio (Siluetas políticas) (1902), dedicado a varias figuras de la vida nacional —Manuel Sanguily, Esteban Borrero Echeverría, Ramón Meza, entre otros— a quienes aludía en amenas crónicas ilustradas con sus propios y excelentes dibujos, que reproducía la cabeza del homenajeado sostenida por un diminuto cuerpo. Más adelante sus libros De tierra adentro (1906) y La manigua sentimental (1910) y en especial su cuento más antologado, el emblemático «La agonía de la Garza», abrirían nuevos rumbos a la narrativa cubana.
Tanto Carrión como Castellanos, si bien no estuvieron mucho tiempo al frente de la revista, pues debido a «sus múltiple ocupaciones», según se lee en uno de los números, se vieron obligados a cesar en marzo de 1904, sus contactos con el mundo literario le permitieron llevar a sus páginas a figuras ya establecidas, como Conde Kostia (seudónimo de Aniceto Valdivia), Federico Uhrbach, Diego Vicente Tejera y Emilio Blanchet. Las abrieron también para nombres por entonces apenas conocidos, como Fernando Ortiz, quien posteriormente desempeñaría un papel esencial en el conocimiento más profundo de la Isla desde el punto de vista etnográfico, el papel de las religiones africanas y otros muchos terrenos donde el bien llamado tercer descubridor de Cuba incidió con sus conocimientos. Asimismo el poeta René López, fallecido en 1909 debido a una sobredosis de morfina —había nacido en 1881—, que comenzó a aportar un nuevo acento a la lírica cubana y quien, en vida, no dio a conocer ningún libro, aunque sí fue antologado en Arpas cubanas, (1904), publicó en estas páginas, este mismo año, su madrigal «Alma y materia», premiado en un concurso convocado por la propia publicación. Antologado también en La poesía moderna en Cuba (1882-1925) (1926), la nota introductoria que lo presenta lo declara poeta «de delicadeza espiritual y ponderado sentido moderno del verso». Influido por Rubén Darío y Julián del Casal en la manera de tratar los asuntos y por la impronta misma del modernismo, sus composiciones abundaron en esta revista, como el soneto «Retrato», donde leemos:
Nariz gascona, de afilada punta;
rubia, sedosa, medieval melena;
redonda cara, que la carne llena;
rudo entrecejo, que las cejas junta.
Mirada torva, fiera y cejijunta;
boca delgada, que al hablar ordena,
y en cuyos labios, de elegancia helena,
ligero bozo juvenil despunta.
Anchas espaldas y robustos brazos,
jubón que adornan brilladores lazos,
oscuras botas, toledano acero.
Y hasta la línea que su vista alcanza,
en ademán de retador nos lanza
todo el desdén de su mirar austero.
Otros dos autores, principalmente poetas, que publicaron en Azul y Rojo fueron Francisco Javier Pichardo y José Manuel Carbonell. Pichardo, poeta de marcada modernidad, aunque sin ser modernista, alcanza con sus poemas una factura poco común en la época y se distingue por la sobriedad, el giro elegante y, a veces, una técnica casi parnasiana, del cual es ejemplo el titulado «Dánae»:
Sobre el lecho encendido de granate
tiembla la carne virginal desnuda,
y, estremecido de ansiedad y duda,
mórbido el seno amedrentado late.
Sobre la frente la inocencia abate
el ala blanca que el amor escuda,
y entre los labios la caricia muda
libra al sollozo triunfador combate.
Cubre sus ojos, que el misterio embriaga,
húmeda niebla transparente y vaga;
la crespa ola del placer inunda,
asen sus manos invisible presa,
y desde el cielo azul el dios la besa
y la lluvia de oro la fecunda.
El más conocido como historiador, José Manuel Carbonell, autor de una todavía muy útil enciclopedia Evolución de la cultura cubana. 1608-1927 (1928), participó en estas páginas con poemas de gran sonoridad pero, como han apuntado José Antonio Fernández de Castro y Félix Lizaso en la citada antología La poesía moderna en Cuba, está «falto de verdadera y original inspiración, sin mensaje que transmitir e incapaz de sensibilidad moderna». Más versificador que verdadero poeta, dejó en Azul y Rojo poemas como «Mi corazón», acaso un buen ejemplo de mala composición lírica:
Corazón, sufre, ruge, rabia, llora;
toda la escala del dolor recorre;
suspira, en pleno julio, por la torre
donde aun te aguardan Filomena y Flora.
Vuelto al pasado juvenil añora
cuanto risueño tus nostalgias borre;
de la ilusión sobre el caballo corre
las últimas andanzas de tu aurora...
La vida es corta, corazón. La vida
se orienta apenas y ya va de huída,
él cáliz roto y la esperanza trunca;
solo tú corazón, firme en la espera,
vives perennemente en primavera
y no envejeces ni te rindes nunca...
Azul y Rojo también publicó cuentos, crítica literaria, artículos sobre arte y cuestiones importantes relacionadas con la actualidad política, social y educativa del país. El último número localizado data del 15 de junio de 1905. A pesar de una vida relativamente breve, esta revista pudiera funcionar a modo de antología poética de comienzos del siglo XX, etapa que está aún por revalorizar, y que acuna la posibilidad de encontrar en ella, entre mucha mala poesía, ejemplos que dignifican una etapa de nuestra literatura lírica poco estimada por la crítica literaria.
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