Provienen de Puerto Rico. Desembarcan el 30 de noviembre de 1936 en Santiago de Cuba y llegan por carretera a La Habana al día siguiente. Él, Juan Ramón Jiménez, es el gran poeta vivo de la lengua. Ella, Zenobia Camprubí, la mujer que le ha consagrado la vida; esposa, enfermera, secretaria, mecanógrafa, sicóloga, chofer, agente literario, madre. Una heroína en la sombra, como se le ha llamado. Una llama viva, como le llamaba el propio Juan Ramón. Una pareja dispareja. Llevan veinte años de matrimonio y la convivencia no siempre ha sido fácil. Ella, comunicativa y siempre sonriente. Él, adusto, ensimismado, agrio, vestido invariablemente de oscuro, triste el gabán, cetrino el rostro, la mirada aviesa, en fin, una figura, se dice, que El Greco no hubiera vacilado en incorporar como un personaje más a su Entierro del Conde de Orgaz. Dice ella con relación al matrimonio: «Yo siempre he sido Sancho en esta relación».
Un gran silencio rodeó la llegada del poeta a La Habana. El silencio, por parte de la gran prensa, envolvería también sus conferencias. Ya aquí, pasan las primeras dos noches en el Hotel Plaza, frente al Parque Central y luego se alojan en el Hotel Residencial Vedado, —actual Hotel Victoria— en la esquina de 19 y M, en la barriada capitalina de ese nombre, un establecimiento discreto, tranquilo, acogedor e íntimo, inaugurado el 11 de julio de 1928, el mismo año de la construcción del inmueble y que disponía de treinta y cinco habitaciones en sus cinco plantas, habitaciones que se ofertan a seis pesos la doble, y a cuatro la sencilla. El matrimonio se instalará en el último piso. Una habitación pequeña, como todas las del hotel, con grandes ventanas de madera que abren hacia fuera, y dotada de baño privado.
Festival de poesía
Tres conferencias, «El trabajo gustoso», «El espíritu de la poesía española contemporánea» y «Evocación de Valle Inclán», impartió el poeta, con el auspicio de la institución Hispanocubana de Cultura, los días 6, 13 y 20 de diciembre, se repitió en el Lyceum la primera de esas lecciones el 23 de abril de 1937. Por otra parte, lanzó la idea de realizar un Festival de Poesía, iniciativa respaldada de inmediato por la entidad Hispanocubana. Poetas nacionales o con larga residencia en la Isla, enviaron sus propuestas y una junta, encabezada por Juan Ramón, seleccionó los mejores poemas. Sus autores los dieron a conocer en una lectura pública que tuvo lugar en el teatro Campoamor, el 14 de febrero de 1937, y dichos textos, con posterioridad, aparecieron publicados en La poesía cubana en 1936, colección que tiene prólogo y apéndice del poeta de Moguer.
Entre los elegidos se destacaban por la calidad de su obra ya conocida Agustín Acosta, Ballagas, Brull, Florit, Guillén, Pedroso, Pichardo Moya y Tallet. Estaban además otros menos conocidos, pero que habrían de tener mayor o menor significación en las letras cubanas: Lezama, Mirta Aguirre, Augier, Guirao, Gaztelu, Serafina Núñez y Rodríguez Santos. También José Ángel Buesa. Y trece autores que no dejarían una huella apreciable.
Escribe Cintio Vitier que lo mismo puede decirse de los añadidos en el índice definitivo de La poesía cubana en 1936 —índice en que la nómina poética cubana creció de veintinueve a sesenta y tres autores—, con las excepciones de Navarro Luna, Dulce María Loynaz, Enrique Loynaz, Pita Rodríguez, Feijóo y Virgilio Piñera. Quedaba pues un total de cuarenta y dos poetas de escasísima significación junto a veintiuno que de modo más profundo y perdurable se insertan en la historia de nuestra expresión.
Precisa Vitier:
Este balance, sin embargo, no da la medida de la importancia que tuvo la lectura colectiva efectuada en el teatro Campoamor la mañana del 14 de febrero de 1937, ni la aparición del volumen citado en agosto del mismo año. Esa importancia sólo es medible referida a la dispersión, el desaliento y la soledad en que vivían los poetas cubanos, mayores o menores, en los años que iniciaban el periodo de frustración de la esperanza revolucionaria liquidada con la muerte de Guiteras el 8 de mayo de 1935, y referida también a la ayuda crítica que Juan Ramón ofreció en el prólogo a la colección que nunca llamó «antología», sino «granero» […] granero de la cosecha mejor o buena de los poetas cubanos en 1936.
Los que, en plena adolescencia o juventud, asistimos a aquel recital, podemos dar testimonio del fervoroso público que llenó aquella mañana de febrero de 1937 el teatro Campoamor, espectáculo insólito de ilusión y maravilla en la desagraciada Isla; y del ávido silencio, la contenida pasión, el delicado tacto con que aquel público siguió, sílaba a sílaba, aliento a aliento, en una atmósfera como de confidencia, el desfile de poetas y poemas que ante él parecía componer otro poema secreto, fascinante, mayor: el de la oscura esperanza de todos en la belleza como profecía y umbral de la justicia.
Durante su estancia en La Habana, el poeta trabajó en las selecciones, destinadas a Puerto Rico: Verso y prosa para niños (1937) Rabindranaz Tagore: Verso y prosa para niños (1937) y Poesía puertorriqueña; antología para niños (1938). Colaboró, por otra parte, en publicaciones cubanas como, Grafos, Revista Cubana, Verbum, Carteles, Bohemia, Universidad de La Habana, Lyceum, Baraguá, ¡Ayuda!, Pueblo, Mediodía, Ultra, Presencia y Orto.
Reanudó aquí los vínculos con José María Chacón y Calvo, con quien tenía amistad desde que en 1918 se conocieron en Madrid, y trabó relaciones con jóvenes poetas como Lezama Lima, Cintio Vitier, Emilio Ballagas, Serafina Núñez, Eugenio Florit y Dulce María Loynaz, También con María Muñoz y Antonio Quevedo, directores de la revista Musicalia y del Conservatorio Bach. Y con Fernando Ortiz, por supuesto.
Prologó Doble acento; de Florit (1937); Mis lunas en el mar, de Carlos Girón Cerna (1937); Poemas, de Cintio Vitier (1938); Lluvias enlazadas, de Concha Méndez (1939) y Vigilia y secreto, de Serafina Núñez (1941).
Día a día
Si esos fueron sus trabajos, ¿cómo fueron sus días en La Habana? Para conocerlos se hace imprescindible el diario que Zenobia Camprubí llevó durante su estancia habanera y que proseguiría hasta su muerte en Puerto Rico, en 1956.
Si bien el Gobierno cubano se mantenía neutral ante el conflicto, la Guerra Civil española dividía en dos a la opinión pública nacional. El grupo pro nacionalista —hombres de negocios, gente del alto comercio, sectores de la Iglesia Católica— apoya a la España nacional y no escatima su ayuda al general Francisco Franco. Es un grupo bien organizado que tiene uno de sus voceros más importantes en el Diario de la Marina. Del otro lado, la izquierda, —conformada por intelectuales y gente del pueblo— favorece la República y se esfuerza asimismo por enviar ayuda a España. Es también un sector bien organizado que, en el transcurso de la contienda, enviará a la península no menos de mil combatientes. Muchos españoles salen de su patria y hacen de La Habana su puerto de llegada o de paso hacia otros países latinoamericanos. Muchos de ellos son intelectuales que aquí se declaran a favor de la República.
Juan Ramón y Zenobia encuentran aquí a don Ramón Menéndez Pidal, a quien la guerra sorprendió en La Habana. Pasan por la ciudad, durante la estancia de la pareja en la Isla, figuras como el dramaturgo Alejandro Casona y el crítico musical Adolfo Salazar. También el periodista Gaziel. Algunos, como Rafael Marquina y Luis Amado Blanco y su esposa Isabel Fernández llegan para no irse más. Llegan también el comunista Ludwin Renn y el fascista Karl Vossler, quien, por cierto, se aloja en el hotel Vedado. Todos, dice Graciela Palau de Nemes, son vistos por Zenobia en su Diario «según su actuación interesada o desinteresada, su egoísmo o generosidad para con los otros exiliados, según lo que dicen o no dicen de la Guerra Civil o de España». No se olvide que son páginas llenas de España, de espera de noticias de la contienda bélica, de ansiedad por saber de los que quedaron atrás, de preocupación por los manuscritos de Juan Ramón que dejaron en la casa de Madrid, de angustia por la suerte de los doce niños que tenían a su amparo. Un Diario de soledad y añoranza escrito con una frescura y una sinceridad que atrapan.
Paseos
Camina Zenobia La Habana de arriba a abajo. Pasea desde el Malecón a la parte vieja de la cuidad. Visita templos y hoteles. Disfruta de la playa y le arroba la vegetación exuberante del Bosque de La Habana. Busca en la Víbora una costurera barata. Le atraen los aguaceros tropicales, y las flores espléndidas en las enredaderas de El Vedado, amarillas, púrpuras, rojas y también blancas en las paredes cubiertas de jazmines. Goza los atardeceres sentada en el muro del Malecón. Un día allí la sorprenden las idas y venidas de los automóviles. Inquiere, «Es el Príncipe de Asturias, el hijo de Alfonso XIII, que se casa con la habanera Martha Rocafort, luego de divorciarse de su primera esposa, Edelmira Sanpedro, una muchacha de Sagua la Grande. Ojalá sean felices», escribe la esposa de Juan Ramón, «pero parece un matrimonio de conveniencia». Es una relación que apenas dura dos meses.
Zenobia escribe su Diario. Zurce. Sale de compras. Recibe clases de cocina en el Lyceum, visita la cárcel de Guanabacoa y enseña a leer y a escribir a las reclusas. Pasa a máquina los manuscritos de Juan Ramón. Vela, hasta donde puede, dadas las circunstancias, por los derechos de autor del marido. Apenas tienen dinero y ella trata de ahorrar lo más posible. Un día, prescinde de que le suban el desayuno a la habitación. Baja ella a desayunar y sube con el desayuno del poeta. Es una forma de ahorrarse unos pesos, no muchos.
Saca bien sus cuentas. Consigue con el propietario del hotel rebajar los gastos en veinte pesos mensuales y ahorrar otros seis al mes con lo del desayuno. Apunta: «26 dólares a 17 pesetas el dólar, 442 pesetas, casi lo suficiente para pagar nuestro apartamento en Madrid por un mes».
Pero a veces debe incurrir en gastos imprevistos y totalmente innecesarios como cuando el poeta insiste en comprar una hornilla eléctrica con que calentar la habitación pues no resiste el frío de la noche y el de las primeras horas de la mañana.
Escribe ella en su Diario:
Esta mañana fue de locura para nuestro presupuesto, pero absolutamente necesario de vez en cuando. A J. R. se le rompieron las gafas y no nos quedó más remedio que salir, así es que J. R. decidió derrochar dinero y se compró dos corbatas, unos tirantes y un sombrero. Después, empeñado en seguir con las extravagancias, se las arregló para hacerme entrar en una tienda llena de vestidos bellos y salimos en posesión de los dos más bonitos y con $18 menos (una gran ganga). Por la tarde ambos fuimos al concierto de Harold Bauer y salimos muy satisfechos. Haendel, Beethoven, Shumann, Debussy, Chopin. Todos viejos amigos.
En ocasiones, sin embargo, no hay dinero para el taxi.
El 18 de diciembre de 1938 habló Fernando de los Ríos en el estadio de la Tropical y escribe Zenobia en su Diario:
Pensé en ir al Stadium a oír el discurso de Fernando de los Ríos, pero debido a nuestra carencia de fondos decidí oírlo por radio. J. R y yo estábamos sobrecogidos, porque fue un verdadero discurso sobre nuestra España, no sobre esas lunáticas Españas modernas que nos sirven con salsa antiespañola y que nuestro paladar rechaza vivamente. J.R hasta se llevó el pañuelo a los ojos. Corrimos al hotel a abrazarlo… Fernando de los Ríos estaba de un gran humor y él y J.R evocaron a Don Francisco Giner en particular, después a D. Gumersindo Azcárate, Cossío, Rubio. Cuando le hablaron a F de los R de la colección de canciones populares de Lorca que cantaba La Argentinita tarareó con oído musical exacto «Anda jaleo jaleo» y nos dio la letra de muchas canciones populares. Contó hasta más no poder cuentos de la gente del campo, y J.R afectado y estimulado por igual corriente le provocaba a cada momento. Fue una noche animadísima.
Con el alma en vilo
Pero las noches animadas no abundan en el exilio de la pareja, escribe Graciela Palau:
Zenobia confiesa que vive con el alma en vilo esperando noticias de España. Le llegan por los periódicos, las cartas, los viajeros, el personal de la República destacado, la embajada de La Habana. Va a ver los noticieros cinematográficos, y gracias a todas esas fuentes ella y J.R viven las angustias de la tragedia española. El bombardeo alemán a Armería. La caída de Santander. El bombardeo de Madrid de 1937. El bombardeo de la zona residencial de Barcelona. Son noticas que afectan terriblemente al poeta y llenan de pavor a Zenobia.
En esa situación, cualquier buena nueva es una fiesta, como la llegada a España del barco Erica Reed cargado de alimentos y medicinas y que dos barcos franquistas pudieron haber hundido y no lo hicieron «gracias a Dios porque parece que un sentimiento de piedad, además del temor de enfurecer a la opinión pública americana, tuvieron algo que ver con que escapara».
El 23 de marzo de 1938, Eustaquio, hermano del poeta, les dice que su hijo Juan Ramón Jiménez Bayo, sobrino y ahijado de Juan Ramón, ha sido herido. Tenía el matrimonio un amor entrañable por el muchacho, que era huérfano de madre. Habían costeado parte de sus estudios y lo habían tenido con ellos en Madrid. No vuelven a tener noticias del caso hasta el 13 de abril y la angustia del no saber es patente en las páginas del Diario que corren entre las dos fechas. Llega al fin otra carta de Eustaquio. Juanito, como ellos le llamaban, murió en el frente de Teruel, el 15 de febrero, atravesado por los cascotes de un proyectil enemigo. Tenía 22 años de edad.
Apunta Graciela Palau:
Los sueños y la fantasía no tienen lugar en el diario de Zenobia, sin embargo, pasando una mala noche en la incomoda litera de un tren cubano, casi se quedó dormida cuando le pareció que tenia el hombro lleno de sangre y dolorido y en la mente confusa, aunque despierta, no sabía si era ella o Juanito. Por la mañana, —apunta Zenobia—, tenía los ojos inyectados, pero fue un gran alivio el llorar sin que nadie me viera ni me oyera.
Desesperado por lo que esperaba
Acude el matrimonio a la charla que María Muñoz de Quevedo ofrece sobre el cante jondo y que ilustra con música grabada. Las canciones afectan profundamente a la pareja. Dice Zenobia que nunca, como ese día, sintió tanta pena por Juan Ramón, que una y otra vez se pasaba el pañuelo por la cara como para secarse el sudor cuando en verdad lo que se secaba eran las lágrimas.
Las canciones lo transportaban a una Andalucía ahora desesperadamente inalcanzable y su dolor era profundo. Zenobia, sin embargo, no cuestiona la decisión de salir al extranjero. Escribe el 19 de octubre de 1937:
J.R está tan afectado con la situación de España que me tiene muy preocupada. Anoche, creyendo que yo dormía se puso a hablarle a España como un triste enamorado. Una de estas noches me voy a incorporar y a contestarle. Si nos hubiéramos quedado en España se hubiera vuelto loco en tres meses.
No escribió Zenobia Camprubí su Diario para que fuera publicado. Eso permite que el lector se entere de detalles que de otra manera no hubiera escrito. El 7 de marzo de 1937 asisten a una conferencia que imparte Ramón Menéndez Pidal, el autor de La España del Cid, el gran filólogo artista, como le llamaba Chacón y Calvo. Escribe Zenobia: «D. Ramón es tan mal lector que es un terrible esfuerzo asistir a sus conferencias». Sin embargo, el 13 van a comer con él al restaurante del hotel Florida, en Cuba y Obispo, donde se aloja, y «Fue una velada encantadora. Me encantó quedarme callada y escuchar a J. R. y a D. Ramón. J. R ansioso por comunicar sus ideas a D. Ramón. D. Ramón evidentemente ansioso por conocer el punto de vista de J. R. Y al mismo tiempo un poco sorprendido».
Con Dulce María Loynaz la relación no va más allá de la estricta cortesía, pese a que ella presta a los Jiménez, a su llegada a Cuba, el recetor de radio que le permite seguir las noticias de España y disfrutar de conciertos de música clásica. Tiene Zenobia interés especial por los intelectuales cubanos que conocen la situación de la España en guerra y eso la acerca a Nicolás Guillén. Con Juan Marinello y su esposa Pepilla, se encuentra el matrimonio más de una vez. Pero, expresa Zenobia, «J. R. estaba más bien desilusionado con M., que le gustó tanto el primer día. J. R. es muy exigente, cree encontrar un apóstol en cada hombre nuevo, y cuando la palabra más mínima lo hace desmerecer media pulgada del ideal que se ha formado, todo se le viene abajo». Juan Ramón incluye a Mirta Aguirre en su La poesía cubana en 1936, pero el encuentro personal de Mirta con Zenobia no cumple sus expectativas. Sus poesías, o algunas de ellas, «son las más nobles y elevadas poesías revolucionarias que he visto; sin desvaríos, hipocresía ni propaganda, parecen nacer de la propia convicción y están a un alto nivel con una amplia visión» Pero, precisa, «siento haberla conocido, pues parece muy masculina y muy obvia en todo sentido. Además, no tiene ninguna atracción y sentía la necesidad de fumar como una matrona varonil». Se maravilla con las canciones afrocubanas de Rita Montaner.
Cuenta asimismo Zenobia que su marido dedicó toda una mañana a la lectura del Coloquio con Juan Ramón Jiménez, de José Lezama Lima. Encontraba pasajes que no comprendía, en tanto que en otras páginas no se reconocía, pero tampoco se atrevió a rechazarlas ni hacer cambios en la prosa exuberante y barroca del cubano.
Anota Zenobia:
Trabajé seguidamente toda la mañana mientras me dictaba J.R. el Coloquio de Lezama Lima. Este trabajo no es muy satisfactorio, ya que todo lo que J.R. hace es ponerlo en español. Hay tanto atribuido a J.R. que él nunca dijo ni pensó de decir y tanto que realmente dijo y está incorporado a los comentarios de L. L., que hubiera tomado más tiempo desenredar la madeja que escribirlo de nuevo. Sin embargo, había suficiente valor en el diálogo como para salvarlo, y todo lo que hizo J.R. fue corregirlo lo suficiente para que no se anegaran totalmente las ideas en un mar de confusión, debido a la oscuridad de Z.
Decidió Juan Ramón dejarlo todo tal como estaba, y añadió, de puño y letra un comentario inicial. Dice:
En las opiniones que José Lezama Lima me obliga a escribir con su pletórica pluma, hay ideas y palabras que reconozco mías y otras que no. Pero lo que no reconozco mío tiene una calidad que me obliga también a no abandonarlo como ajeno. Además el diálogo está en algunos momentos fundido, no es del uno ni del otro, sino del espacio y el tiempo medios.
He preferido recocer todo lo que mi amigo me adjudica y hacerlo mío en lo posible, a protestarlo con un no firme, como es necesario hacer a veces con el supuesto escrito ajeno de otros y fáciles dialogadores.
Gracias a Chacón y Calvo, el Coloquio con Juan Ramón Jiménez fue publicado en la Revista Cubana en la entrega correspondiente a enero—febrero de 1938 e incluido por Lezama en su Analecta del reloj (1953).
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Leer también «Zenobia y Juan Ramón en Cuba: los trabajos y los días (II)»
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