
Toda mujer requiere de valentía para mirarse a sí misma. Toda mujer requiere de valentía para mirarse en otras y devolverse esa parte de sí que ha perdido en el camino. Valor, coraje, fuerza… son palabras que rondan nuestra mente desde que nos enfrentamos a un mundo en el que muchas veces somos centro, objeto, o causa. Los 16 relatos de este libro del que hoy conversamos así lo confirman. Y si bien su autora utiliza diferentes voces, escenarios, pretextos, su mirada confirma que le interesa descubrir esa «zona inexplorada» tan común a todas las féminas.
Esta compilación, a la que tanto ha costado dar título, trata acerca de pasiones y conflictos del ser humano. Personajes reales, comunes, dialogan naturalmente para enmascarar inquietudes, sensaciones y dolor. Una mezcla de angustia que no saben tramitar y que por momentos habita también la mente y el alma del lector.
La mayoría de los cuentos hablan de amor o desamor, de traición o apariencia, de tantos aquellos velos que una mujer descubre y redescubre a lo largo de su vida. Lisbeth intenta mostrarnos en cada esquina a ese ser en menor o mayor medida, a cualquier edad y en cualquier lugar. Telarañas que la sociedad ya ha tejido para ellas y que atrapan sueños, anhelos, o simplemente esencias.

Las mujeres que habitan estos cuentos celan a quien aman; gimen cuando hacen el amor; azotan con la fusta y aprietan el cuello hasta enrojecer los ojos; se obstinan del mismo pene erecto y se excitan también con esos peloteros que presumen nalgas perfectas mientras aborrecen al marido florero que prefiere roncar.
Las mujeres que deambulan por estas líneas imaginan zapatos de aguja y vestidos grises para resistir al yuma de las tetillas peludas; pierden el alma en un beso, prefieren los tríos en la cama, y se saben de memoria la frase: «Ay, hombres. Todos son iguales».
Lisbeth las pasea por mundos cercanos, diversos y a la vez comunes. Y las enfrenta con ellas, con otros, con almas y cuerpos, sin rostros. Las hace amar, odiar, besar y morder; las condena a lo absurdo y al vacío, a lo aberrante, a lo romántico. Y las moldea a su antojo, según las piensa y las escribe.
Este acto de escribir es en sí un ejercicio. No sé si impuesto. No sé si traducido de unas ansias locas de expresarse. Sea una cosa u otra, se agradece el espejo que construye para que cada lector pueda encontrarse a sí mismo.
Acompaña este texto la imagen de una mujer cubana, y santiaguera; y la nota de un buen amigo, que sé y siento, agradece su autora en extremo.
Y por supuesto, el buen querer de un sello que agradece también hacerla parte de su catálogo.
A Lisbeth, gracias, y a esas mujeres de Zona inexplorada, que son muchas, y una, como nosotras.

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