
Feliberto González Rebollar
Traemos acá a un poeta singular, avezadísimo lector al que prestamos y aun solemos prestar muchos buenos libros, quien, pese a reclamos de amigos y poetas, demoró bastante en verse en letra impresa. En su poesía todo parece derivarse de una máxima de un gran libro dedicado también a la muerte del padre: «No se engañe nadie, no, / pensando que ha de durar / lo que espera / más que duró lo que vio». Una muerte tienta, una muerte es el punto de comparación, el instante a recorrer y traspasar en los objetos.
Se entremezclan los universos de la mente, del espacio industrial y del espacio agrario. Los términos, los conceptos de uno sirven para denominar a los otros. Los conceptos que definen los espacios son intercambiables. La postura que se refiere o que se mantiene ¿es una inclinación desde la que se espera algo o desde la que ya nada nos asombra? Nos hallamos frente a una poesía eminentemente espacial donde el instinto matemático sin piedad lo cerca todo. Un libro del espacio y su carga menuda, atadura que suele ser ágil.
En este mundo de medidas, de traspasos, de agenciamientos análogos, el espíritu, reducido por todo lo anterior, solo puede mostrar un leve, sutil disentimiento. Se nos acerca a una especie de tratado de ajustes físicos y mecánicos que detallan los procesos más simples a la noción pública, no a la potencialidad escrutadora del ojo. Entonces nos damos cuenta de la rara mezcla que ha creado el autoral utilizar las técnicas del nouveau roman, los procederes de la poesía hiperrealista y un lenguaje casi postmoderno: tomando del lenguaje de la ciencia su densidad y exactitud se organizan esos textos breves, hechos de tornillos ajustados.
Se prefiere el enfoque hiperrealista: el mismo acto convertido en nuevas palabras. A veces con una tirada de sustantivos se organiza un ritual, un ritual económico, una acumulación que se cualifica, nunca se cuantifica: ese es el objetivo del autor. Derivación y monotonía parecen alcanzar un grado parecido. ¿Esconde la emoción o prescinde de ella?
Mejor dejarnos tentar —impresionar— por la muerte, por la curiosidad de su estructura o imbricación. Aquí los objetos presionan y el cuerpo cede. ¿Es posible esta hilada independencia? El carácter lúdico o aparentemente lúdico de la enunciación, donde se hace gala de precisión, el instinto analógico y una terrible soltura, acallan un tanto la crudeza del tema, y el abordaje alegórico sirve como instrumento para la degradación de la emoción.
El yo, aquí aparentemente desdibujado «disuelve» su intensidad o desgarramiento en la capacidad del cerebro para registrar los cambios en los objetos. Sopesar la vida de los objetos. Ellos suplantan los resortes de lo humano y crean su fábula y leyenda para seguir. El mundo físico, la efectividad, la funcionalidad del universo exterior son la máscara, solo la máscara para el ritmo desmadejado y anárquico del sentir. La mano por extensión del brazo y del cuerpo, en su naturaleza, se convierte en el enemigo de todo: cómo se abre, cómo se pudre, cómo pierde su virtualidad.
El poeta aborrece el sentido del sinsentido de las cosas, sentido que solo se supera cuando la mano crea, no cuando alimenta o sostiene o hace el bien, sino cuando crea. La escritura también es contemplada como algo que nace en / sobre la tierra, como algo que refleja o recuerda y presiente. De un golpe de descripción lo más humano semeja lo inhumano. Lo rudo es el punto de comparación y por ósmosis o derivación la labor cotidiana, el arte. Alguien, un ojo, ha estado mirando todas estas aproximaciones o versiones, alguien que se introduce en el «paisaje» o se desentiende para describir las huellas que dejan los otros. Entonces contempla y puede percibir la hermosura del mundo, sus dotes de óleo o de postal, recalco, puede percibir, pero en el fondo está desolado.
Hay textos que operan con la alegoría de todo el libro, donde la madera devastada, una res deshecha en un rincón del cuadro y una mesa de disección en que se junta todo, configuran el set. Perennes una escena virtual y clavada en el cerebro —una escena de muerte— y un niño en la adultez que compara todo lo que ve con lo único que realmente tiene adentro, con lo único que conoce.
El muerto se contempla con asombro, con descubrimiento, absorbido por la frialdad, la simetría de los objetos que lo muestran. ¿Es el cuerpo sometido a la inercia de los objetos? ¿Lo vivo se inclina a lo no vivo? ¿O el cuerpo y la mente destajada tienen esta visión, esta interioridad, este frío traído de una muerte? Es el peso de las cosas no vivas, imperceptible sobre las vivas. El autor me lanza una inquietud: ¿La frialdad, el orden, son partes esenciales de lo inexorable? Hay un horror que proyecta una secuencia, con cuidadoso escarceo de precisiones. Pero el horror deja suficiente lugar al espacio de la tentación ¿Puede la visión «enfermiza» alcanzar ensoñaciones, perfiles imaginarios en la escena del crimen de un ser amado? ¿O hay una reordenación matemática en la mente muerta o aterrada? El ojo teme y mira, el ojo teme, juega y mira.
A veces seducen los cruces de la postura y el deseo. Si Lichtenberg describió 64 poses de colocar la mano en la cabeza, nuestro poeta ha redescubierto el poder de los gestos, las posturas, para describir la vida, como metáforas con fondo y sin fondo de aquellas. Con esa especie de hiperrealismo crea una nueva realidad en la que los títulos —siempre sustantivos— apuntan a lo neto, a lo pesado, a lo lleno, a la cualidad de las dimensiones del discurso. Estamos ante la certeza de una muerte, el abordaje alegórico, los sustantivos, cayendo como sacos de peso exacto entre coma y coma, esmerando el instante del contacto, ante poemas fuertes casi sin verbos, ante «un sonido de nervios» y «el ácido de los colores».
El afán lúdico, el goce de tensar con conceptos matemáticos es apreciable en algunos títulos de poemas que el autor perifrásticamente también coloca posteriormente como título de secciones. Son primero el hilo que se desfibra y luego la fibra que se deshila. Le sugiero solo revisar en el cuerpo de la sintaxis del libro el carácter demasiado ambiguo de algunos antecedentes. En su poesía el cuerpo muerto comienza a ser parte de los objetos. Así como se disponen los objetos, obstruyendo, provocando, así vaga en silencio el espíritu del poeta: en su garganta, en sus motivos, también, a tono con los tiempos que vivimos, «se hace un nudo de nailon en el cierre».
Datos del autor
Feliberto González Rebollar. Nació el 1ro de noviembre de 1969 en Cienfuegos. En 1997 obtuvo mención en el Concurso David de la UNEAC. Obtuvo el Premio Calendario y el Premio Pinos Nuevos en 2003. En el 2004 le fue conferida una Mención honorífica en el I Concurso de Poesía Experimental, convocado por la Embajada de España, con motivo del Centenario de Salvador Dalí. Ha publicado Muerte por asfixia (Letras Cubanas, 2004) y Oficio Parvo (Casa Editora Abril, 2004), en coautoría con Mariela Pérez-Castro.
Selección de poemas
Borde
Un golpe de hacha contra el esternón
hizo perder la estabilidad,
no hay dudas;
algo semejante a la matanza de cerdos
o al asesinato de Raskólnikov.
Dentro han quedado el aserrín, los guantes,
o parte del desperdicio.
Se hace un nudo de nailon en el cierre.
217
Colocándolo boca arriba
y con un beso a golpe de frente,
en vez del abrazo
aproximación de la memoria
que llega hasta las fosas.
Posible efecto del extensor sinónimo de carne,
dos años después
contra la palma y el revés de las manos.
Diario inédito
Aún siento (años ha) el pulso caliente,
las herramientas afiladas
de mi Padre en la sombra;
la tergiversada Historia
manipulando un árbol llamado mi origen.
Es lo común un diálogo así
sin obviar jamás el sujeto lírico,
refugiarse en los escritos que aclaman
un eco paternal:
Sí es el eco, es el eco
extraídos del organismo debilitado
y de sus colecciones labiales
un Archipiélago herido.
Pueden ser las últimas sílabas
de su diario inédito
simbologías egipcias al método
que se deshoja:
puede ser el viento quien manipule
el Manifiesto
con palabras incomprensibles
Por ej.: blanco y negro es un turrón,
lo demás intervención de una Leyenda.
Nunca te arrepentirás de este Amor,
son los gritos de aquí Octubre,
el de tu Hijo Menor.
En el Jardín
Cuando abran estos retoños
las «flores» habrán perdido su nombre
y autenticidad, el paradigma sería otro,
una variedad de colores artificiales
junto al dolor de la pérdida.
El incremento de la demanda conjugaría
pasado y presente como objetos de consumo
o de piezas museables.
El pájaro indio,
los criaderos de rapiña observando
las burbujas del hombre que dice Soy
por un estímulo de luz
y de aparentes deducciones
con envolturas de marketing.
¿Qué le aportan al paisaje el Jardín
y las rapsodias del Narciso?
Son como miniaturas artesanales al intercambio,
la secuencia del canto blanco rojo y azul,
unas hojas que se unen formando diez sílabas.
Llegan e intercambian con nosotros un fuerte
dolor muscular que te cubre los Archivos
de Indias;
una mariposa blanca
una blanca y hermosa mariposa.
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