
En mayo de 1920 un emigrante italiano llamado Salsedo sale «volando» por una ventana del edificio del FBI en Nueva York: este es el episodio que Dario Fo utiliza como pretexto para escribir Muerte accidental de un anarquista, una de sus obras de teatro de mayor éxito.
La «muerte accidental» a la que alude irónicamente el título es en realidad la del anarquista Giuseppe Pinelli, que el 15 de diciembre de 1969 «cayó» desde la ventana del cuarto piso de la jefatura de Policía de Milán, tras ser sometido a un interrogatorio de varios días en relación a los célebres atentados de Piazza Fontana. Las circunstancias de la muerte, poco claras al inicio, posteriormente fueron atribuidas a un «brote» sufrido por Pinelli, y el caso se archivó.
Estrenada el 10 de diciembre de 1970 en una antigua fábrica en Milán, la obra teatral retrata a un «loco cuerdo» que casualmente se encuentra en la jefatura de Policía por impostor y que, con su capacidad de fabulación y lucidez —en la tradición de los bufones de la corte o del fool de Shakespeare—, acaba por desmontar el falso relato policial del suicidio.
Fragmento
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¿Y quién defiende lo contrario? Lo admito, nuestra sociedad se divide en clases, incluso en lo tocante a testigos: los hay de primera, segunda y tercera categoría. No tiene que ver con la edad… puedes ser más viejo que Matusalén, y estar completamente gagá, pero si vienes de la sauna, ducha caliente y fría, masaje, rayos UVA, camisa de seda, Mercedes con chófer… a ver qué juez no te considera fiable. Incluso te besa la mano, “¡Super fiable extra!”.
Por ejemplo, en el famoso proceso por la rotura del embalse del Vaiont, los ingenieros acusados –los pocos que se dejaron pillar, porque los demás se esfumaron… a saber quién les pondría sobre aviso…–, esos cinco o seis, que para embolsarse unos cuantos millones, ahogaron a unas dos mil personas en una sola noche, esos, aún siendo más viejos que nuestros jubilados, no fueron considerados poco de fiar, sino todo lo contrario, ¡máxima fiabilidad!
Porque, vamos, ¿Para que estudia uno una carrera? ¿Para qué se hace accionista mayoritario, para que le traten igual que a un jubilado muerto de hambre? Dicen que antes de su declaración, a esos accionistas no se les exigió que pronunciaran la fórmula clásica de “Juro decir la verdad, toda la verdad”.
Parece ser que el secretario dijo: “Tomen asiento señor ingeniero jefe, director de las construcciones hidráulicas X, y usted también, señor ingeniero y asesor ministerial, ambos accionistas con capital de 160 millones, siéntense, les escuchamos y les creemos”.
Después, con gran solemnidad, los jueces se pusieron en pie, y todos a coro, la mano en la Biblia, declamaron: “Juramos que dirán la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. ¡Lo juramos!”
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Fragmento tomado de la web Recursos didácticos
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