
Hermano menor de José Jacinto, que fue el primogénito, Federico Milanés (1815-1890) también cuenta con su espacio en los anales del teatro cubano, aunque al parecer sus obras no se conservaron.
Nació y se educó en Matanzas, y su niñez corrió paralela con la de José Jacinto (1814-1863), a quien cuidó cuando enfermó y a quien acompañó en su viaje por Estados Unidos y Europa.
Como poeta, autor teatral y periodista se clasifica el quehacer de Federico, más recordado por sus comedias que por una obra poética, y a quien el crítico Max Henríquez Ureña no duda en considerar —de correcta inspiración—. Pero fue también un poeta satírico, ingenioso y criticón con no escasa gracia, e hizo traducciones del inglés, lo cual no es poco en un autor del siglo XIX cubano.
A Luisa Molina (fragmento)
Si la seiba que se alza en la colina, si el palmar que en el valle el aire ondea, si el arroyo bullente que serpea, dan a tu mente inspiración divina,/ trasládala al papel. Lengua sonora debiste a Dios, que hechiza bien hablada, y de tu pluma pende abrillantada la frase hermosa que el decir colora.
Fue poeta agraciado en los Juegos Florales, tanto del Liceo de La Habana como del de Matanzas y en la prensa de esta última se hicieron frecuentes sus colaboraciones. En 1837 Federico publicó en Aguinaldo Habanero su sátira en verso Amor a los figurines.
Una obra dramática suya, titulada La cena de D. Enrique el Doliente, resultó censurada por Domingo Del Monte y sus colegas de tertulia, aunque defendida por José Jacinto. Ello no lo desanimó, porque después escribió su comedia Un baile de ponina y algunas más.
En el decenio del 40 editó en cuatro tomos las obras de José Jacinto Milanés. Los críticos, empecinados en compararlo con este, lo llamaron poeta de —rango menor—, pese a lo cual le aceptan aciertos en la sátira.
Varios premios alcanzó en los certámenes de los Juegos Florales a partir de 1846, ya fuera con odas, comedias, y en colaboración con su hermano escribió las décimas Los cantares del montero, en que ambos autores firmaron con seudónimo. En 1865 se ocupó de publicar y prologar en Nueva York la segunda edición de las obras del hermano y fue también un colaborador de la prensa habanera y matancera, a través de las páginas de El Yumurí, Faro Industrial de La Habana, La Piragua, Liceo de Matanzas, entre otras.
Textos suyos —sátiras, odas y un poema— están incluidos en Parnaso cubano, de 1881, prueba de que no era ni desconocido, ni tampoco ignorado por sus contemporáneos.
Federico se movió dentro de la sátira con relativo éxito entre quienes leyeron sus textos o los criticaron. Además, ya habrá comprobado el lector cuánto empeño dedicó a honrar y dar a conocer la obra de José Jacinto, malogrado prematuramente.
En lo tocante a Federico Milanés pasó los últimos años retirado de la actividad literaria y murió el 2 de julio de 1890, hace por estas fechas 135 años, ocasión que aprovechamos para recordarlo.
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