
Acaba de salir a la luz, con el sello de Ediciones ICAIC, un libro que es un batazo. Se titula De historietas y animaciones: la vida de Juan Padrón. A lo largo de más de 300 páginas, su autor, Aramis Acosta Caulineau, hace un recorrido cronológico y crítico por la obra de uno de los artistas del humor y la comunicación más grandes de Cuba. Trabajó junto al creador de Elpidio Valdés durante más de cuarenta años y eso le permitió vivir de cerca sus historias, enseñanzas y proyecciones y ser parte del proceso creativo de su mundo intelectual y cultural, experiencia que con meticulosidad plasmó en su libro.
La visión crítica y el recuento cronológico que del humorista ofrece Acosta Caulineau, se complementa con su filmografía, publicaciones y premios, así como una selección de las entrevistas que se le hicieron y las apreciaciones y valoraciones de las que fue objeto. Muy valioso es el anexo gráfico de la obra, y destaca entre otras ilustraciones la autocaricatura que en 1996 cometió un artista que en alguna ocasión dijo de sí mismo: «Mi paraíso es la historieta. Deseo moverme a todo lo largo del tiempo y contar de aquí y de allá, de una época y otra. A eso podría dedicar con gusto el resto de mi vida».
De historietas y animaciones… se enriquece con la nota de presentación de otro grande de nuestra cultura, el trovador Silvio Rodríguez.
Refiere en su página el autor de Ojalá que tuvo la fortuna de conocer a los hermanos Padrón –Juan y Ernesto– cuanto los tres eran muy jóvenes. Tenía el compositor 15 años y era «aprendiz de dibujante» en el semanario Mella, «y. como mi mesa de trabajo quedaba muy cerca del departamento de diseño, un buen día tuve delante unos dibujos que aquellos hermanos enviaban desde la ciudad de Cárdenas».
Eran los días en que Silvio dibujaba El hueco (una historieta muy profunda) página que escribía Norberto Fuentes. Silvio fue llamado al Servicio Militar Obligatorio y tocó a Juan Padrón continuar aquella columna, «hay que decir mucho mejor que yo», expresa Silvio. Poco después también Padrón era llamado a filas y ambos trabajaron para revistas militares. «Por entonces en lo único que nos diferenciábamos era en que Juan no dio con una guitarra».
Prosigue el autor de El necio:
«Gracias a tal capricho de la suerte, después nacieron Piojos, Vampiros, Verdugos, Kashibashis y Elpidios; lo que quiere decir que la historieta cubana y nuestro cine de animación tendrán la huella eterna de uno de los talentos más rotundos del humor gráfico de todos los tiempos. Y es que pocos artistas logran sintetizar la identidad de un pueblo como la obra de Juan Manuel Padrón Blanco».
Símbolo de cubanía
«De joven, con menos libras y bigotes, me parecía a Elpidio Valdés; ahora, gordo y con el bigotazo, me parezco al general Resóplez», dice Juan Padrón con relación a dos de sus personajes más emblemáticos: un coronel del Ejército Libertador cubano, cuyas hazañas y ocurrencias son conocidas de memoria por nuestros niños y a quien el español Resóplez, por más que lo intente, nunca puede derrotar.
Elpidio nació como un personaje secundario dentro de una historieta de samuráis. Gustó y se convirtió en protagónico. Un día, de la historieta saltó al dibujo animado. Sus famosas cargas al machete, el arma más recurrida de los mambises y que sembraba el pánico entre los españoles, y los ingeniosos ardides de Elpidio para burlar el asedio enemigo, llegaron al público más joven en episodios frescos y cargados de humor. Tanto fue el éxito que en 1979 Elpidio Valdés pasaba al largometraje, el primero de dibujos animados que se acometió en Cuba. Mereció Juan Padrón el Premio Nacional de Cine y hoy los niños se vuelven locos de júbilo y corean la frase cuando el personaje grita «¡Al macheteeeeeee!», mientras los cubanos seguimos viendo a Elpidio Valdés como un símbolo de cubanía.
Su nombre no fue elegido al azar. Padrón lo bautizó de esa manera porque quiso que «sonara» a Cecilia Valdés, la protagonista de la novela homónima de Cirilo Villaverde, el más grande fresco de la narrativa cubana del siglo XIX. De su diseño no se preocupó mucho. Lo dibujó con bigotes y el pelo dividido al medio por una raya. Se copió a sí mismo, se tomó de modelo, y lo perfiló con las sugerencias que le remitían los admiradores del personaje, quien se iba haciendo popular gracias a la revista Pionero.
Al comienzo, Elpidio, si bien se identificaba como mambí, se movía lo mismo en Estados Unidos que en Japón y también hasta en el mismísimo planeta Marte. A Padrón siempre le había interesado la historia de Cuba, pero su personaje lo movió a adentrarse más en ella y, en la medida que lo hacía, se reforzaba y arraigaba el Elpidio Valdés que hoy conocemos mejor. Mientras más sabia, mucho más quería saber, aseveraba el dibujante, porque una cosa es leer sobre el Ejercito Libertador, cómo era su vida, las armas que utilizaban sus soldados y sus grados militares, que animar y dibujar todo eso. Palmiche, que es el fruto de la palma real, árbol nacional cubano, sería el nombre del caballo de Elpidio, y los nombres de los personajes que lo rodeaban se inspirarían en amigos del humorista y en algunos enemigos también.
Universo imaginario
Una encuesta realizada hace años daba cuenta de que, en Colombia, el 89 % de los niños quería imitar a personajes de televisión; el 70 % prefería las películas de peleas, robos y crímenes, y el 45 % opinaba que tener dinero era lo mejor de la vida. Añadía la investigación que el 55 % de los encuestados creía que los ricos eran los que más valían y que el 50 % sufría por no poder obtener lo que proponía la publicidad.
Estos datos no deben variar mucho entre un país y otro de un continente donde, decía el ecuatoriano Jorge Enrique Adoum, el universo imaginario del niño ha sido impuesto por los cuentos europeos y norteamericanos, desvirtuando su propia concepción de lo maravilloso y suplantando gran parte del folclor con historias que no tienen raíz en nuestra sociedad. «Los niños cubanos, sin embargo, no juegan a ser el Pato Donald», expresaba Padrón. Necesitaban, al igual que los niños de toda el área geográfica, un personaje con fuerza suficiente para convertirlo en el héroe de sus juegos y con quien identificarse en su lengua y tradiciones.
Ese personaje es Elpidio Valdés. Moverlo desde el cartón al celuloide no resultó difícil para su creador, pues pensaba que la historieta es el medio que más se asemeja al dibujo animado y al cine en general, porque el autor se enfrenta a la puesta en escena con los mismos problemas que el realizador de animación. Más aún, el cine favoreció al personaje porque le permitió un salto de calidad grande, tanto en el dibujo como en la comunicación con el público, aparte de la riqueza añadida de la banda sonora. En cuanto a los chistes y determinadas situaciones cómicas en que se ven envueltos Elpidio y sus amigos. Padrón ofrecía una explicación sencilla y convincente: «El personaje tiene un universo y uno sabe cómo reaccionará».
A aquel primer largometraje de 1979 siguió otro, Elpidio Valdés contra dólar y cañón. Asimismo, Padrón se giró en su obra para el mundo de los vampiros, seres que siempre le dieron más risa que miedo y a los que consideraba unos pobres infelices porque tienen que huirle al sol, temen al ajo y duermen en un ataúd. Vampiros en La Habana fue un gran éxito de taquilla y es una de las diez cintas de culto a nivel mundial en lo que a la animación se refiere. Muy celebrados son también sus Quinoscopios, filmes de un minuto de duración aproximadamente, que se basan en lo chistes de Quino, el famoso humorista argentino. Pero más allá de esas y otras películas, las que tienen como protagonista a Elpidio Valdés sobresalen en la obra de Juan Padrón, por lo que enseñan, entretienen, divierten… Por su cubanía. Tuvo bien merecido el Premio Nacional de Cine que en 2008 le adjudicaron.
Solo me queda recomendar De historietas y animaciones: la vida de Juan Padrón, de Aramis Acosta Caulineau, una lectura que se disfrutará.
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