
¿Cómo se le dice adiós a un escritor como Mario Vargas Llosa? Prolífico, comprometido y disciplinado. Una disciplina y compromiso que lo llevaron a producir con asombrosa abundancia: 20 novelas (entre ellas, obras cumbre como La fiesta del Chivo, Conversación en La Catedral o La ciudad y los perros), un libro de cuentos, 10 obras de teatro, 14 libros de ensayo, dos de crónicas y uno de memorias, amén de múltiples recopilaciones de sus columnas y escritos sueltos ¿Cómo despedirlo si hay una obra que se queda más allá de su muerte física?
La mayoría de los medios comparten una nota de prensa con más o menos variaciones: “Mario Vargas Llosa, uno de los escritores más destacados de la literatura en lengua española y ganador del Premio Nobel de Literatura en 2010, falleció este 13 de abril de 2025 a los 89 años de edad en Lima”. Sin embargo, es mera formalidad noticiosa.
A Mario valdría hacerle un silencio largo, como su vida, un silencio multitudinario de sus lectores de 89 minutos, 89 horas, meses, años, un silencio humano capaz de hacer hablar a su obra tan alto, que no quepa en titulares.
Cuenta el periodista Carlos Granés, quien pidió revisar las agendas de Vargas Llosa, que Jorge Mario Pedro (tres nombres que lo hacen aún más singular) todos los días de su vida, después de hacer deporte en la mañana, escribir al menos cinco horas y leer en la tarde, daba una conferencia, tenía un diálogo en alguna institución, atendía a periodistas o iba al cine o al teatro y después, si además de Patricia (su esposa) lo acompañaban familiares o amigos, remataba en un buen restaurante en donde nunca, ni por error –al día siguiente lo esperaba la misma rutina–, pasaba del segundo Rioja. Tanta constancia y trabajo no se despiden un domingo, así como así.
Dicen sus hijos (los literarios y los de sangre) que Vargas Llosa dejó instrucciones para proceder ante su muerte. Volver al polvo, les dijo a los segundos; a los primeros les dijo: vuelvan sobre mis letras cada vez que necesiten conversar en la catedral.
El paso de Mario a otra manera de estar en el mundo no llevará ceremonia pública. Las únicas altisonancias admisibles serán las de sus páginas y las de aquellos potenciales lectores que correrán a saldar su deuda con algún título suyo por primera vez, o segunda, o tercera.
Agudo en sus análisis de las realidades sociales y políticas y, como es lógico, con juicios que no eran monedita de oro para caer bien a todos, Vargas Llosa parecía tener el don de la ubicuidad cuando ocurrían acontecimientos históricos que marcarían el siglo XX: estuvo en Cuba durante la Crisis de los Misiles y voló en la avioneta del general Torrijos para entrevistarlo en su hacienda en Panamá, unos días antes de que el aparato sucumbiera en medio de una tormenta con Torrijos dentro… Así, el escritor peruano, viajero infatigable, estuvo en los lugares y momentos oportunos para vivir la historia latinoamericana y mundial.
Desde el domingo 13 de abril llora Zavalita, el antihéroe de Conversación en La Catedral y en el otro extremo, se escuchan los sollozos del Consejero, Mayta o Flora Tristán. Los personajes arman un luto coral sin distinción de credos, razas o estatus social.
La muerte llega para todos, es cierto. Pero para algunos viene en forma de sobrevida, de multividas, de multiuniversos donde la ficción y la realidad pueden y saben dialogar con maestría.
A Mario Vargas Llosa no se le dice adiós. Su voz de narrador y ensayista no la apaga la muerte. Sencillamente, se le dice: nos vemos por el camino literario que construiste con disciplina y constancia. Nos veremos en tus personajes, entre las páginas de tus novelas y ensayos. Seguro que sí. Nos veremos.
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