Católicamente hablando, Pierre Teilhard de Chardin SJ (1881-1955) fue un genio de la inventiva y del fino tejido del pensamiento. Tomó de Vladímir Ivánovich Vernadski el concepto de noosfera por sobre la biosfera, y desarrolló una teoría al respecto que tuvo que ver no solo con la Tierra, sino con el cosmos completo, claro que con eje visible en el ser humano, cuya visión ontológica concentra la filosofía del famoso jesuita. Como para posteriores teóricos de una «estética cuántica», Teilhard devolvió al hombre al centro del universo, lo miró y admiró como un tejido evolutivo, cuyo desarrollo no se ha detenido, por lo que, a más de abrazar las teorías de Darwin, fue dialéctico, pero bien lejano de todo pensamiento hegeliano o marxista.
Leyéndolo, puede sentirse detrás de la especulación y del sentido reflexivo filosófico una dosis de poesía. Situar al Mal en la imperfección de la materia, y ver al mundo material regido por el Espíritu, son dos de sus tesis expuestas con belleza. Como buen ideólogo, quiso convencer, por lo que revistió sus ideas de una elegante prosa que, incluso traducida al español, se siente rítmica y precisa. Teilhard escribió para que todos lo entendiesen, por lo que no usó el lenguaje científico de la antropología, o mejor sea dicho, no aplicó un vocabulario solo para especialistas. Además de pensar en letras, quiso también cautivar.
Para Teilhard los orígenes planetarios de la vida condujeron, tras la hominización, hacia una noosfera que es la presencia de la mente pensante en la biosfera. Él no se detuvo en la biogénesis, halló que el ser humano había creado con su presencia razonadora una «capa» vital en el Planeta, y se sumó de cierto modo a la idea de la noocracia o poder mundial de la mente humana. Con ello encontró su conexión trascendente con el Universo. Dejó subsumida la idea de que existan otros mundos poblados y con uso del intelecto, pero explicó a la mente humana como un resultado de la evolución del cosmos que quiso pensarse a sí mismo. Frente a la discusión de los evolucionistas vs creacionistas, adoptó una posición intermedia, y aludió a «los orígenes planetarios de la Vida» sin significar directamente (pero sí de trasfondo) a la creación divina. No se desprendió del dualismo Materia-Espíritu, y aunque conocía las teorías del espaciotiempo, no se introdujo demasiado en las teorías cuánticas unificadoras que no hallan separación entre la corporalidad y la espiritualidad.
Interesado en el homo evolutivus, no se fija en el homo consumericus, porque Teilhard no realizaba una tesis sociológica sino que se anotaba mejor en el mundo de la teología, en defensa no solo del cristianismo sino de su realización social católica, apostólica y romana. Pero el sabio logró definir a la existencia cósmica como movimiento, y si bien no puso en primer plano la imposibilidad de la «vida eterna», advirtió sobre el valor crístico de la existencia, de modo que pasa de: «Ya se trate de átomos, de estrellas o de seres vivos, toda serie natural, para nuestro espíritu, despierto el sentido de la evolutivo, se traduce inmediatamente y de modo invencible en movimiento», a la idea de : «No hay moral que se sostenga sin Religión», y más claro aún: «Si el Universo se eleva progresivamente hacia la unidad, no es, por consiguiente, únicamente por el efecto de alguna fuerza externa, sino porque lo Trascedente se ha hecho parcialmente Inmanente. Esto es lo que nos enseña la Revelación».
En su teoría del «Punto Omega» se halla Dios. Define: «…el cristianismo cumple todas las condiciones necesarias para convertirse en la religión del progreso», tras descalificar al marxismo porque cree que el «foco de la conciencia es secundario». Con ello el filósofo entra en el ámbito de la ideología en que la noosfera («o esfera del pensamiento») está regida por esta tesis idealista esencial:
A primera vista no hay nada que resulte tan homogéneo como la corriente cristiana. Y, sin embargo, en el seno de la Iglesia, a la sombra de los monasterios, ¿no existen quizás dos especies diferentes de fieles que se congregan, movidos a un mismo gesto religioso (hacia una misma cruz) por dos motivos exactamente inversos: los uno por exceso, los otros por defecto de vitalidad; unos, para sublimar lo que desborda en ellos, otros para compensar lo que les falta…?
Se nota que Teilhard comprende al mundo desde la fe, y ve en ella una finalidad en la evolución como ordenación, o anticaos, de la materia cósmica y de la propia vida. Si el universo tiende al orden (más allá de la entropía evidente) es porque se carga del Espíritu, donde: «El Mal [es] efecto secundario, subproducto inevitable de la marcha de un Universo en evolución». El Universo inacabado da lugar a la imperfección que trae como resultado el Mal. Para Teilhard Dios también es evolutivo como Vértice del Universo, y declara: «Dios no puede aparecer como primer Motor (hacia adelante) sin encarnarse y sin redimir —es decir, sin cristificarse ante nuestros ojos—, y en que, complementariamente, Cristo no puede ya “justificar” al Hombre más que supercreando con el mismo gesto a todo el Universo».
Creo que estas ideas son ejes fundamentales del pensamiento de Teilhard. Están contenidas en el diametral ensayo de 1961: «Un umbral mental a nuestros pies: Del cosmos a la cosmogénesis», incluido en el volumen La activación de la energía (Madrid, Taurus, 1967). En este texto el sabio se anota a favor de un «Universo amorizado», de modo que el sentido teleológico aquí es la Vida como ordenamiento hacia el Amor: «el amor de la evolución». Para Tailhard el hombre no parece ocupar otro lugar especial en el cosmos sino como vida en el Universo. Deriva una antropogénesis en que la vida marcha hacia la inteligencia (noosfera), en una: «ultraevolución de la Vida terrestre en dirección de estados cada vez más organizados e interiorizados». La Creación implica evolución y esta conduce hacia una forma de «amor-energía».
La noosfera parece ser: «la forma última adoptada por la evolución biológica para prolongarse en un medio reflexivo». En «El atomismo del espíritu» ya había expuesto un método de comprensión de la Vida y del Universo, aunque: «nada nos autoriza a pensar que en nosotros la Moleculización de la Materia haya llegado a su punto más alto. Sino que todo indica más bien que, en la Humanidad y a través de ella, el Cosmos sigue derivando laboriosamente hacia estados de complicación y, por consiguiente, de centración, y por ello de conciencia, crecientes».
Puede no estarse de acuerdo con las reflexiones de Teilhard de Chardin, pero su principio expositivo tiene un trasfondo estético (y teológico por refuerzo del uso de las mayúsculas en palabras claves), y un matiz de belleza que imprime simpatía a su lectura. Su pensamiento reviste una manera poética de observar al cosmos y llegar a conclusiones desde la propia ideología, desde la misma fe.
Visitas: 134
Deja un comentario