A manera de introducción
El resultado último de una etapa histórica, donde prevaleció una alternativa específica, no nos puede conducir a desestimar las otras posibilidades polivalentes de la realidad, que preceden al desenlace definitivo de un acontecimiento determinado. No podemos concebir el escenario histórico de los años 50 en Cuba con solo reproducir la gesta epopéyica de la lucha armada contra la dictadura batistiana. Es necesario analizar las otras posibilidades que dieron origen a ese resultado final. Según el analista Iván Kovalchenko: «Lo alternativo en el desarrollo sociohistórico es la lucha que se libra en la realidad por variantes sustancialmente distintas de futuro».[i]
La alternativa reformista, así como la revolucionaria, formó parte del conjunto variado de posibilidades políticas que se presentaron como solución a la crisis política cubana. Si bien la sociedad que se conformó en la Isla demandaba reformas pendientes de ejecutar desde los años 30, el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 agudizó las contradicciones al interior de esta.
La ruptura
El golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 le abrió de nuevo las puertas del poder a Fulgencio Batista. El jerarca militar confiaba en que podía enmascarar su cuartelazo bajo una cortina de humo propagandística: se trataba de una «Revolución democrática» que devolvería el orden a las instituciones republicanas aquejadas de una profunda crisis.
De esta manera Batista asumía la dirección del país presentando credenciales de «hombre fuerte», capaz no sólo de contener la anarquía presente en los poderes públicos, por la mala gestión de los gobiernos dirigidos por el Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), sino también de enfrentar las manifestaciones de inconformismo y radicalidad de los sectores populares. A ello debemos agregar que la propuesta de los golpistas encajaba en los modelos de gobierno estimulados por los Estados Unidos en América Latina, las dictaduras estaban a la orden del día.
Sólo mediante las armas Batista y su cohorte de militares y políticos podían hacerse del poder. La escuálida agrupación política que entonces dirigía el tristemente célebre caudillo, denominada Partido Acción Unitaria (PAU), no tenía posibilidad alguna de poder triunfar en las elecciones que se habían convocado para ese año. Aunque el grupo social dominante, la oligarquía cubana, podía conformarse con un nuevo Presidente apoyado por el ejército, el problema de su ilegitimidad y falta de consenso público constituía una limitante importante al ejercicio del poder.
Un gobierno que rompía con las normas jurídicas y que entronizaba un régimen de fuerza, no podía lograr una adecuada concertación nacional.
La maniobra de Batista no pudo ser contrarrestada por los partidos tradicionales. Estos no se propusieron articular un frente amplio de resistencia activa al golpe de Estado, temían darle participación plena al pueblo en el combate político contra la dictadura. Los inútiles llamados a la reconciliación y al entendimiento de los líderes de la oposición oficial dejaron claro que a la dictadura no se le podía impresionar con simples apelaciones a la conciencia cívica.
Sin embargo, el 26 de julio de 1953 se abrió una nueva etapa en la historia de Cuba. Ese día un grupo de valerosos jóvenes dirigidos por Fidel Castro, decidió asaltar los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes en la antigua provincia de Oriente. La nueva vanguardia revolucionaria se había conformado tras un proceso de maduración política, en las filas de la juventud ortodoxa combatiendo a los gobiernos auténticos y en largas jornadas conspirativas contra el régimen golpista del 10 de marzo.
Se había puesto en evidencia que se iniciaba un proceso de ruptura política entre los partidos tradicionales de oposición y las nuevas organizaciones revolucionarias emergentes. Estas últimas proponían nuevas tácticas de resistencia al régimen dictatorial y tomaban distancia de los fundamentos del sistema dependiente hacia los Estados Unidos. La división se hacía evidente, no sólo en métodos de lucha y estrategias políticas, también resaltaban las diferencias generacionales. La masa de jóvenes sin destino social adecuado apostaron a la rebelión sin que los partidos tradicionales pudieran conducirla a reedificar su futuro dentro del orden social vigente, a pesar de sus esfuerzos en esa dirección.
Una etapa de definiciones
La etapa que transcurre entre el asalto al cuartel Moncada y el desembarco del Granma, o lo que es lo mismo, entre el primer intento de insurreccionar el país y el reinicio de la gesta libertaria, es muy importante desde todo punto de vista. Durante esos años se definieron las alternativas de solución a la problemática social cubana. Por un lado, quedó demostrada la incapacidad del régimen golpista de ejercer el gobierno de la República con el consenso de la mayor parte de los sectores, partidos e instituciones representativas de la nación. Se profundizó la crisis política de los partidos tradicionales que quedaron desacreditados ante la opinión pública por sus continuos fracasos en la búsqueda de una solución pacífica al conflicto político cubano y por último se consolidó la alternativa revolucionaria como solución de fondo a los problemas de la sociedad neocolonial. Aunque esos fueron los resultados más generales de ese período, cabe señalar que estos cambios constituyeron parte de un proceso paulatino de reajustes institucionales, desarrollo de diversas tácticas políticas y despliegue de las fuerzas revolucionarias. Se trataba de la batalla por conquistar la hegemonía política en medio de una encarnizada lucha de ideas en ese período histórico incierto. La fuerza política que respondiera a plenitud con las demandas de la sociedad y que pudiera atraer el consenso espontáneo de los cubanos, estaría en condiciones de dictar el destino de la futura nación. Estaba el país en la batalla de un presente neblinoso por un futuro despejado.
Las fuerzas revolucionarias que se preparaban para emerger y tomar el poder político, estaban conscientes de que era necesario desatar un movimiento de masas que se convirtiese en sostén operativo de una insurrección popular. Era la única forma de detener las maniobras del régimen para legitimar el golpe de Estado y de sobreponerse a las campañas que encabezaban los líderes de los partidos tradicionales para retomar el poder.
Fidel Castro, con la mirada puesta en movilizar la conciencia de los cubanos, desde una oscura celda solitaria en el Reclusorio de Isla de Pinos, se dio a la tarea de redactar un documento trascendental, se trataba de La Historia me Absolverá. En carta del 17 de abril de 1954 a Melba Hernández señalaba que preparaba: «un folleto de importancia decisiva por su contenido ideológico y sus tremendas acusaciones al que quiero le prestes el mayor interés».[ii]
Fidel comprendió que los moncadistas en presidio debían participar en la batalla por ganar un espacio en la sociedad cubana y que la propaganda revestía especial importancia. En carta de 18 de junio de 1954 señalaba: «sin propaganda no hay movimiento de masas y sin movimiento de masas no hay revolución posible».[iii]
Mientras, altos líderes radicales encendían la llama revolucionaria. Tras los hechos del Moncada, José Antonio Echeverría se entregó a la tarea de alcanzar la dirección de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU). Consideraba que desde esa posición podía movilizar al estudiantado y al conjunto de la sociedad cubana hacia una lucha frontal contra la dictadura batistiana.
Por otro lado los personeros del gobierno se aferraban a su empeño de disfrazar la cruenta tiranía que padecía el país convocando a elecciones espurias el 1º de noviembre de 1954, aspirando al poder desde el poder. Hacia fines de julio de 1954 Batista se postuló Presidente por una coalición formada por los partidos Acción Progresista, Liberal, Demócrata y Unión Radical.
Los sectores revolucionarios, por su parte, hacían todo lo posible por no ser relegados en ese momento crucial. El 30 de septiembre de 1954 fue proclamado José Antonio Echeverría como Presidente de la FEU. A partir de ese momento la movilización del estudiantado contra la tiranía asumió un carácter más activo y comprometido.
Una vez consumada la farsa electoral, el 24 de Febrero de 1955, Fulgencio Batista y Rafael Guas Inclán tomaban posesión de sus cargos de Presidente y Vicepresidente de la República. En los primeros días de febrero habían recibido el visto bueno de los Estados Unidos por medio de una visita de su Vicepresidente, Richard Nixon, a Cuba.
Hacia mediados de 1955 se había conformado una nueva y particular coyuntura política, Batista había aprobado la restauración formal de la Constitución de 1940 y la amnistía de los presos políticos. Las condiciones predominantes favorecieron una nueva campaña por parte de la oposición oficial que tuvo en la Sociedad de Amigos de la República (SAR) su protagonista central. A través de la SAR se convocó a elecciones generales inmediatas.
De inmediato los partidos tradicionales conformaron un Frente Único alrededor de la SAR, porque entendían que en las circunstancias históricas de aparente apertura, Batista podía ser forzado a concertar un arreglo con la oposición. Los factores de presión serían, en primer lugar, el peligro de que se desatase una insurrección y en segundo lugar, la necesidad en que se encontraba el régimen de legitimarse con el consenso de los partidos políticos de la oposición. Estos entendían que el gobierno podía seguir cediendo posiciones hasta aceptar la fórmula de elecciones generales pues se corría el riesgo de que la desestabilización política se apoderase del país.
Por otro lado, los políticos de los partidos tradicionales partían del criterio de que una vez que Batista había liberado a todos los revolucionarios, incluidos los moncadistas, debía propiciar un clima de entendimiento con la oposición oficial. Así el régimen y los políticos tradicionales podrían garantizar la «paz ciudadana» que neutralizarse las posibles acciones radicales de los excarcelados. Batista entendió que las concesiones del régimen habían concluido, se habían otorgado en un momento difícil para ganar tiempo. A los revolucionarios pretendía aplastarlos por medio de la represión.
Al salir de presidio, Fidel Castro pone en práctica una nueva estrategia política para desenmascarar al régimen y a los partidos tradicionales, deseaba demostrar que no había salida pacífica a la crisis nacional con Batista en el poder. Refiriéndose a ese momento de nuestra historia, Fidel ha señalado:
Cuando nosotros salimos de prisión, ya teníamos toda una estrategia de lucha elaborada. Pero lo más importante a nuestro juicio en aquel instante era demostrar que no había solución política, es decir solución pacífica del problema de Cuba con Batista, pero teníamos que demostrar eso ante la opinión pública, ya que si el país se veía forzado a la violencia revolucionaria no era culpa de los revolucionarios, sino culpa del régimen. Entonces planteábamos que estábamos en disposición de aceptar una solución pacífica del problema mediante determinadas condiciones, condiciones que sabíamos no se producirían nunca.[iv]
Notas
[i] Iván Kovalchenko: «Problemas de la alternativa en el desarrollo histórico». En: Las revoluciones y reformas en la historia universal.Redacción Ciencias sociales contemporáneas. Moscú. Editorial Nauka, 1990, p.40.
[ii]Mario Mencía. La Prisión fecunda. La Habana, Ed. Política, 1980, p.126.
[iii]Ibidem. P.103
[iv] Jorge R.Ibarra Guitart. «El Movimiento 26 de Julio y la Sociedad de Amigos de la República». En: Revista Santiago Nº 69, Junio de 1988, p.181.
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